El Perú tiene una gran cantidad y variedad de recursos naturales, y su explotación y exportación a lo largo de la historia (caucho, salitre, guano, minerales…) ha sido el sustento de los ciclos de crecimiento económico y de parte considerable de los ingresos fiscales. La depredación de estos recursos o la baja de sus precios en el mercado internacional terminaron con cada ciclo, sumiendo al país en depresiones económicas e impidiendo al Estado afrontar la brecha fiscal y externa.
Esta recurrente opción extractivista —que, por lo demás, caracteriza también a otros países de la región— conduce, a la larga, después de un círculo inicialmente auspicioso, a un círculo vicioso «que nos lleva a un retroceso económico-social y político, básicamente como consecuencia de choques externos y domésticos» (1). Los recursos naturales pueden ser una maldición si la economía se «cuelga» de ellos. Desde el gobierno de Fujimori, el modelo de crecimiento económico ha sido extractivista y exportador, y esto no ha cambiado en la actualidad.
Las consecuencias de tal modelo, además de su frágil dependencia de las inversiones extranjeras y de los precios internacionales —sobre los que el país no tiene ningún control—, son la poca articulación de la economía nacional, el escaso desarrollo del mercado interno, las inmensas disparidades de productividad y generación de valor agregado —cuyos extremos son la minería y la agricultura— y la desigualdad de los ingresos y de poder.
Hay quienes afirman que, por el contrario, el extractivismo permite que el país avance en la diversificación productiva y la exportación de productos con valor agregado: «… donde hay una economía abierta y libre, un sector primario-exportador fuerte no parece producir maldición alguna y sí, más bien, una gran oportunidad para muchas bendiciones (como buena educación, infraestructura, seguridad, etc.)» (2).
Un ejemplo de cómo una actividad puede responder a opciones extractivistas o, por el contrario, contribuir a la construcción de una economía de alto valor agregado y al mercado interno es la agricultura. Puede existir una exitosa agricultura moderna de exportación, en donde lo esencial de los insumos —incluyendo los que son intensivos en conocimiento— y de las tecnologías empleadas es importado o, más bien, es producido en el país.
Este segundo caso implicaría importantes recursos para investigación y experimentación; centros de investigación —de primera calidad— agronómica, biológica y de otras ciencias afines, tanto públicos —el INIA y las universidades nacionales— como privados, siendo estos últimos financiados por empresas; creación de software sofisticados, adaptados a las características específicas de la heterogeneidad del territorio peruano; producción de fertilizantes y pesticidas efectivos y de nula o baja toxicidad; maquinaria y hardware; investigación de las potencialidades y aprovechamiento de la riquísima agrobiodiversidad; desarrollo de las potencialidades de los conocimientos acumulados por campesinos y poblaciones indígenas (relievados, hace poco, con motivo del Año Internacional de la Quinua), etc.
Lamentablemente, la agricultura de exportación está más próxima a una concepción extractivista, pues no está generando, en la medida de lo necesario y de lo posible, esos eslabonamientos que permitirían una importante agregación de valor y una mejor participación en los beneficios de la población campesina.
Notas
(1) Schuldt, Jurgen. «Futurología de la economía política peruana», en Seminario, Bruno; Sanborn, Cynthia A. y Nicolai Alva. Cuando despertemos en el 2062. Visiones del Perú en 50 años. Lima: Universidad del Pacífico, 2012.
(2) Ver editorial de El Comercio del 22 de marzo. Sin duda, el editorial yerra al considerar que son bendiciones del extractivismo la buena educación y la seguridad, precisamente dos de los grandes problemas irresueltos en el Perú.
—
*Fernando Eguren es Presidente del Centro Peruano de Estudios Sociales (CEPES)
Revista Agraria
Esta recurrente opción extractivista —que, por lo demás, caracteriza también a otros países de la región— conduce, a la larga, después de un círculo inicialmente auspicioso, a un círculo vicioso «que nos lleva a un retroceso económico-social y político, básicamente como consecuencia de choques externos y domésticos» (1). Los recursos naturales pueden ser una maldición si la economía se «cuelga» de ellos. Desde el gobierno de Fujimori, el modelo de crecimiento económico ha sido extractivista y exportador, y esto no ha cambiado en la actualidad.
Las consecuencias de tal modelo, además de su frágil dependencia de las inversiones extranjeras y de los precios internacionales —sobre los que el país no tiene ningún control—, son la poca articulación de la economía nacional, el escaso desarrollo del mercado interno, las inmensas disparidades de productividad y generación de valor agregado —cuyos extremos son la minería y la agricultura— y la desigualdad de los ingresos y de poder.
Hay quienes afirman que, por el contrario, el extractivismo permite que el país avance en la diversificación productiva y la exportación de productos con valor agregado: «… donde hay una economía abierta y libre, un sector primario-exportador fuerte no parece producir maldición alguna y sí, más bien, una gran oportunidad para muchas bendiciones (como buena educación, infraestructura, seguridad, etc.)» (2).
Un ejemplo de cómo una actividad puede responder a opciones extractivistas o, por el contrario, contribuir a la construcción de una economía de alto valor agregado y al mercado interno es la agricultura. Puede existir una exitosa agricultura moderna de exportación, en donde lo esencial de los insumos —incluyendo los que son intensivos en conocimiento— y de las tecnologías empleadas es importado o, más bien, es producido en el país.
Este segundo caso implicaría importantes recursos para investigación y experimentación; centros de investigación —de primera calidad— agronómica, biológica y de otras ciencias afines, tanto públicos —el INIA y las universidades nacionales— como privados, siendo estos últimos financiados por empresas; creación de software sofisticados, adaptados a las características específicas de la heterogeneidad del territorio peruano; producción de fertilizantes y pesticidas efectivos y de nula o baja toxicidad; maquinaria y hardware; investigación de las potencialidades y aprovechamiento de la riquísima agrobiodiversidad; desarrollo de las potencialidades de los conocimientos acumulados por campesinos y poblaciones indígenas (relievados, hace poco, con motivo del Año Internacional de la Quinua), etc.
Lamentablemente, la agricultura de exportación está más próxima a una concepción extractivista, pues no está generando, en la medida de lo necesario y de lo posible, esos eslabonamientos que permitirían una importante agregación de valor y una mejor participación en los beneficios de la población campesina.
Notas
(1) Schuldt, Jurgen. «Futurología de la economía política peruana», en Seminario, Bruno; Sanborn, Cynthia A. y Nicolai Alva. Cuando despertemos en el 2062. Visiones del Perú en 50 años. Lima: Universidad del Pacífico, 2012.
(2) Ver editorial de El Comercio del 22 de marzo. Sin duda, el editorial yerra al considerar que son bendiciones del extractivismo la buena educación y la seguridad, precisamente dos de los grandes problemas irresueltos en el Perú.
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*Fernando Eguren es Presidente del Centro Peruano de Estudios Sociales (CEPES)
Revista Agraria
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