La razón de ser de todo ambientalista o pensador del siglo XXI, es defender el derecho al disfrute del don de la vida, de todas las especies que habitan en el planeta. Y como primer objetivo de vida, será el de desafiar ese raza centrismo de la humanidad, que se ha abogado el derecho de decidir quién vive y quien muere en este planeta.
Entre nosotros mismos, inventamos creencias, supuestos buenos modos de vida y a partir de ahí, regimos comportamientos, castigamos o aplicamos las penas de muerte. En el oriente medio, por ejemplo, si la mujer ve televisión sola, o si tiene pareja sin matrimonio o simplemente decide tener sexo, eso le conlleva a castigos que van desde 100 latigazos o morir apedreada en alguna calle de esos pueblos. En nombre, de unas supuestas reglas “superiores” de convivencia, escritas hace siglos, se quitan vidas. Igual con la muerte se castiga a quienes participen en protestas o se señalen de disidentes.
También matamos si tenemos religiones distintas, o ese ha sido el argumento para “justificar”, los genocidios entre los pueblos de la ex Yugoslavia, por nombrar un caso reciente. La palabra escrita en un libro, que data de una cosmovisión absolutamente desfasada de la actual realidad, tiene el poder de someternos, o de eso se vale para reducirnos. O si políticamente, en regímenes de gobierno no democráticos, no se evidencian lealtades absolutas. Ejecuciones extra sumariales, es lo común, cuando se detenta el poder por la vía de la fuerza o por la autoridad concebida a supuestos linajes otorgados por la gracia divina. Reyes, príncipes, emperadores, presidentes o generales vitalicios, con un simple susurro a uno de sus asistentes, decide el tiempo de vida de quien lo perturbe.
Hay regiones en África, donde el costo de una bala es superior a la vida de una persona. La letal unión de la pólvora con el plomo, ha matado a más personas, que la sumatoria de todas las muertes ocurridas por catástrofes y epidemias en ese continente. Y las mutilaciones hechas con machete en mano, de un año cualquiera de las década pasada, supera a todas las cabezas que rodaron a lo largo de la revolución francesa. Por supuesto que las otras especies deben temblar ante nuestra presencia. Cientos de elefantes mueren, para sustraerles sus colmillos, y miles de otras especies por el turismo de caza.
En algunos países del Asia, las muertes extra sumariales por disidencia política, supera con creses a las muertes ocurridas en la ocupación de Irán, solo que se ocultan, el control de los medios de comunicación, lo silencia. Se preserva así, el disfrute de pocos matando a muchos. En cuanto a las otras especies, decenas de miles de delfines al año, son capturados para transformarlos en sushi. Un mismo destino sufren miles de tiburones, donde el mayor interés es cortarle su aleta dorsal para hacer la “famosa” sopa de aleta de tiburones. En los últimos 20 años, en el océano pacifico la población de ballena se redujo a un 20%. Igual y sin ningún remordimiento, algunos pueblos costeros del pacifico, usan de carnada para pesca, perros vivos atravesados en sus mandíbulas por sendos anzuelos.
Al norte de Europa, en los países bajos, se matan a cientos de una variedad de delfines, en un evento de carácter público, para seguir con una tradición y demostrar la hombría entre los jóvenes. Mundialmente esa actividad se le conoce como la “marea roja”. Así mismo, los atuneros europeos sobre cazaron al atún rojo, dejándolo en la lista de especies en vías de extinción. También y sin palabras, el acuerdo hecho entre Canadá y China para exportar grasa de foca. La matanza de estos indefensos animales, lejos de detenerse, ahora el interés por su grasa compromete su existencia, eliminando a su vez, a uno de los nutrientes claves en la cadena alimentaria de los osos polares.
En Occidente criamos para nuestro consumo: Vacas, caballos, cerdos y burros. En la India, para suerte de esas especies, las veneran. En Norteamérica, la caza furtiva, redujo las poblaciones de búfalos y pumas a pequeñas granjas y zoológicos respectivamente. En Centroamérica, cada vez se reduce más la población de tortugas marinas, debido, a que las playas utilizadas por esta especie para su desove, es intervenida por muchedumbres sin control, que buscan sus huevos con fines comerciales.
Sobre los animales aceptados como mascotas, sus expectativas de vida dependen de quien las protejas. Ahí la impunidad es absoluta a la hora de decidir si viven o mueren. Y en cuanto al resto de la fauna, la súper poblada raza humana pareciera que tiene la vil misión a futuro, de acabarla, sin excepción. Si no los matamos directamente, intervenimos sus hábitats, dejándoles sin alimentos, condenándolos así, a morir por inanición.
Nos matamos y matamos a las otras especies guiados por innobles sentimientos. Avaricia, codicia, lucro, soberbia, odio, venganza, celo, miedo a ser desplazados, placer y morbo al ver o sentir al otro ser acorralado, aterrorizado o en agonía.
Los humanos, nos auto distinguimos como los seres más inteligentes y superiores del planeta. Pero nos quedamos cortos, en nuestros halagos, nos faltó, auto coronarnos también, como los más crueles y sanguinarios de la tierra. Ahí seguro, que ninguna especie nos ganaría!!
Lenin Cardozo
22 febrero 2011
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